Nuestros antepasados nos legaron una forma de organización y de gobierno democrático, el Concejo o Batzarre, que en estos momentos está denostado y a punto de ser eliminado por los sistemas actuales, mal llamados democráticos, y que apenas se acercan, no ya a mejorar, si no ni siquiera a igualar a la Organización Concejil. Con los sistemas de organización política actuales lo que se ha fomentado es el servilismo, el caciquismo, el egoísmo y la avaricia personal, en detrimento del Bien Común.
Uno de los principales causantes de la pérdida de poder de los Concejos sobre su territorio fue la implantación de los ayuntamientos como organización municipal. Se impuso una administración española ajena a la organización de los naturales, para ir desmontando y controlando, poco a poco, a la Organización Concejil hasta su absoluta eliminación, de la que ya estamos en el momento de su liquidación final. Mientras mantuvimos independiente nuestra organización política máxima, el Estado de Nabarra, los Concejos que lo conformaban mantenían también su total independencia sobre los poderes superiores. En el momento en que comenzaron las conquistas y posterior asimilación de Nabarra a Castilla-España y a Francia, la Organización Concejil empezó a perder toda su fuerza e importancia, hasta la actualidad.
El Concejo está constituido por tres elementos, que son: el territorio, la población y la organización. Es decir, un territorio donde hay un pueblo que tiene un gobierno. Además tenía la capacidad normativa, ejecutiva y tributaria. Es decir, creaba normas, hacía que se cumplieran, y cobraba por el uso de sus bienes. No necesitaban nada externo. Con estos elementos que conforman el Concejo queda clara cual es su naturaleza y para eso no hay más que acudir a los libros de actas para comprobar la capacidad y fuerza que se tenía antes y lo ninguneado y folclórico que es ahora. Todo eso ha desaparecido ya. Lo cual no quiere decir que no pueda volver a implantarse, pero para eso hay que recuperar la conciencia y saber valorar la importancia que tiene el Concejo como organización propia.
Un paso importante a dar para recuperar esa conciencia es aceptar la realidad actual. Y la realidad nos muestra que los Concejos de Álava son cortijos de los vecinos de Vitoria. Numerosos vecinos de Vitoria se empadronan en los Concejos con el consentimiento de los ayuntamientos, falseando así la realidad rural de Álava. Así nos encontramos Concejos con mayorías ajenas a los pueblos, ya que no residen en ellos, por lo que se generan auténticos “pucherazos” a la hora de elegir las Juntas Administrativas, muchas de las cuales tienen a uno, dos o a los tres miembros que la forman sin residir en el Concejo.
Y todo para poder acceder a sus bienes (fincas, comunales, edificios…) para beneficio personal, impidiendo el acceso a los verdaderos residentes. Vamos, como un cortijo. Entiendo que a la Diputación de Álava le da igual si el censo de los Concejos está inflado y falseado, ya que al ser una institución formada por partidos políticos le interesa esa situación para poder tenerlos controlados en función de los intereses partidistas. Pero lo que no llego a comprender es por qué ACOA permite asociarse a ella a Concejos en los que, ya no digo alguno, si no NINGUNO de los miembros de la Junta Administrativa reside en el Concejo. ¿Qué gana con ello? Va en contra de su filosofía… y de la Costumbre de los Concejos.
Otro paso importante que hay que dar para recuperar esa conciencia es que los Concejos vuelvan a ser Concejos.
De los tres elementos que conforman el Concejo (territorio, pueblo y gobierno) uno, el pueblo, o lo que es lo mismo, los vecinos o unidades foguerales, en estos momentos está altamente intoxicado y manipulado.
Para ser parte activa de un Concejo, tener derechos y obligaciones en él, hay que residir y tener casa abierta por lo menos siete meses al año.
En la actualidad, multitud de Concejos de Álava permiten con el consentimiento de ayuntamientos y Diputación, como instituciones oficiales, y ACOA, como asociación que aglutina a la mayoría de los Concejos, que las personas que se empadronan pero no residen en el Concejo, tengan los mismos derechos, o más, y menos obligaciones que los verdaderos residentes o unidades foguerales.
Y éste es uno de los principales cánceres que tienen los Concejos, y que los está desgastando poco a poco hasta la desaparición.
Las personas que viven en el Concejo, hagan o no uso de sus bienes, saben cuáles son sus prioridades y qué necesidades tienen.
Los Concejos formados por mayorías ajenas a él, o con Juntas Administrativas compuestas por no residentes (personas empadronadas que residen en otro municipio), diariamente tienen sus necesidades cubiertas allí donde de verdad residen, y el Concejo lo usan como patio de recreo, zona de esparcimiento o cortijo.
Una de las claves para corregir ésta situación es el Padrón Concejil.
Herramienta de la que dispone el Concejo y que está definida en el Artículo 3, del Título I, de la Norma Foral de Concejos de Álava, pero que no es obligatorio realizarlo.
Así, los Concejos con mayorías de no residentes, no lo van a realizar porque eso supondría renunciar a la posibilidad de acceder a los bienes del Concejo en “igualdad” con los verdaderos vecinos. Y eso, es una forma notoria de corrupción.
Anteriormente, nunca se ha necesitado de ésta obligatoriedad porque las personas vivían en los Concejos, y la realización del Padrón Concejil era algo natural y normal.
Aquí es dónde deberían involucrarse tanto la Diputación como ACOA, cada uno con su capacidad de actuación, para revertir una situación que es totalmente antidemocrática. A fin de cuentas, permitir que ésto continúe así, es consentir la corrupción.
- Iñigo Domaica -