POR ALOTS GEZURAGA
“Ez gara legegile, lege betetzaile baizik. Eta hori oso tristea da herri batentzat” Pako Aristi “Independentziaren paperak” (2012)
Ha fallecido el último árbol de Gernika. En realidad lo secaron los imperialistas con sus políticas de centralización y totalitarismo en los siglos XVIII-XX, pese a las numerosas matxinadas y guerras forales donde nuestro Pueblo trató de defenderlo y mantenerlo con vida. Desde entonces, como una maldición, ninguno de sus retoños crece saludable para dar y esparcir su fruto por el mundo como cantara el bardo de Urretxu. Es normal, ya que el árbol de Gernika es el tótem de las libertades vascas.
Los Fueros no eran más que las leyes consuetudinarias que nos dimos los vascos para nuestra convivencia y que terminaron de desarrollarse bajo el amparo del Estado vasco o reino de Nabarra; su conquista armada primero y la eliminación de su legislación después, acabaron definitivamente con nuestras libertades tan duramente ganadas en épocas medievales por el propio Pueblo baskón que construyó su Estado de abajo a arriba: desde el “auzolan” de las Juntas vecinales. Hoy, los vascos no tenemos soberanía legislativa alguna, por tanto padecemos las leyes que otros hacen.
Manuel Ignacio Altuna (1722-1762), alcalde de Azpeitia, fue uno de los fundadores de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Ignacio era amigo y sostenedor económico de Jean Jacques Rousseau (1712-1778), el cual conocía el árbol de las libertades vascas y del que decía no sin cierta ironía: “Gernika es el pueblo más feliz del mundo. Sus asuntos los gobierna una Junta de campesinos que se reúne bajo un roble y siempre toman las decisiones más justas”.
En su famoso libro “El contrato social” (1762), el filósofo ginebrino trató sobre la libertad e igualdad de los hombres ante el Estado. Se considera este libro la base del Estado de Derecho y de la democracia moderna, e incluso de las ideas socialistas. Si leemos atentamente su contenido, muchos de sus pasajes describen nuestra realidad histórica y política, como si de una carta al árbol de Gernika se tratara:
“Se han visto Estados de tal modo establecidos que la necesidad de conquistar entraba en su misma constitución, y que para mantenerse se veían obligados a ensancharse sin cesar. Acaso se regocijasen demasiado por esta feliz necesidad, que les señalaba, sin embargo, con el término de su grandeza, el inevitable momento de su caída.
El más fuerte no es nunca bastante fuerte para ser siempre el señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber. De ahí, el derecho del más fuerte; derecho tomado irónicamente en apariencia y realmente establecido en principio.
Convengamos, pues, que fuerza no constituye derecho, y, que no se está obligado a obedecer sino a los poderes legítimos.
Toda ley que el Pueblo en persona no haya ratificado es nula, y ni a un puede llamarse ley.
En efecto; si no hubiese convención anterior, ¿dónde radicaría la obligación para la minoría de someterse a la elección de la mayoría, a menos que la elección fuese unánime? Y ¿de dónde cierto que los que quieren un señor tienen derecho a votar por diez que no lo quieren? La misma ley de la pluralidad de los sufragios es una fijación de convención y supone, al menos una vez, la previa unanimidad.
Mientras un pueblo se ve obligado a obedecer y obedece, hace bien; mas en el momento en que puede sacudir el yugo, y lo sacude, hace todavía mejor.
También se vive tranquilo en los calabozos; ¿es esto bastante para encontrarse bien en ellos? Los griegos encerrados en el antro del Cíclope vivían tranquilos esperando que les llegase el tumo de ser devorados.
Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes. No hay compensación posible para quien renuncia a todo. Tal renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre, e implica arrebatar toda moralidad a las acciones el arrebatar la libertad a la voluntad.
Los esclavos pierden todo en sus cadenas, hasta el deseo de salir de ellas; aman su servilismo, como los compañeros de Ulises amaban su embrutecimiento; si hay, pues, esclavos por naturaleza es porque ha habido esclavos contra naturaleza. La fuerza ha hecho los primeros esclavos; su cobardía los ha perpetuado.
Jamás se corrompe al Pueblo, mas se le engaña a menudo”.
En el propio “Contrato Social”, el libro clave para entender la democracia moderna, se hace mención indirecta al árbol de Gernika: “Vemos en el pueblo más dichoso del mundo que los aldeanos en cuadrillas arreglan los negocios del Estado a la sombra de una encina y que siempre obra con juicio”. Incluso nos daba Rousseau una pista de cómo romper las cadenas: “En fin, cada Estado no puede tener como enemigos sino otros Estados y no hombres, puesto que entre cosas de diversa naturaleza no puede establecerse ninguna relación verdadera”.