Recordar que el carlismo en Navarra fue base de la preparación del golpe y motor de muchos de los crímenes que perpetraron sus milicias armadas tras el 18 de julio, tiene que escocer. Pero de ahí a sacudirse tal marrón yéndose a las carlistadas para justificar el porqué de esta locura, es escapista.
Los requetés del 36 estaban entusiasmados con el golpe. Lógico. Venían preparándose desde la República para darlo. Su participación no fue espontánea e irreflexiva, sino producto de una premeditada y alevosa confabulación. El Pensamiento Navarro ofrece infinitas páginas del requeté tan entusiasmado como no lo había estado desde 1834. Sin el requeté, los generales golpistas no habrían conseguido machacar la horda moscovita. Isidro Gomá, cardenal primado, lo confirmará en sus informes secretos al cardenal Pacelli, futuro Pío XII: “Nadie tan entregado a la causa como la Comunión Tradicionalista”. Así que, si sus abuelos se sintieron orgullosos, ¿por qué empeñarse, ahora, no en negar su entrega a la causa de la santa Cruzada -tarea vana como imposible-, sino en justificar lo que no se puede, asesinar como lo hicieron en retaguardia en nombre de Dios? Lo entendió hasta Javier de Borbón-Parma que afirmó que “lo primero que había que hacer en España era restaurar la civilización cristiana”. (Diario de Navarra, 9.10.1936).
Lo más lamentable es que su participación criminal en 1936 pretendan difuminarla engarzándola con un largo rosario histórico, recordando que una vez fueron víctimas. O con explicaciones causales delirantes. Si los carlistas en el 36 cayeron tan bajo en el escalafón de la indignidad moral fue por culpa del capitalismo liberal (sic) y de la desamortización de Mendizábal, que entregó el comunal a los liberales. Ya. Y a los ricos carlistas, ¿no?
Si los carlistas se convirtieron en asesinos en la retaguardia en 1936, fue por culpa de esa hidra liberal. Si los carlistas defendieron como nadie el sistema foral -cosa que es falsa, ni fueron los únicos, ni los primeros en hacerlo- lo hicieron contra los liberales, olvidando que, también, hubo un fuerismo liberal (Serafín Olave) y que sin este, lo que quedaba de los fueros hubiese desaparecido (Mari Cruz Mina).
Al parecer, haber sido el capacillo de las hostias liberales durante el siglo XIX no parece que les sirviera de escarmiento y propósito de la enmienda. Al contrario. Llegó 1936 y ocuparon con ganas el papel de verdugos. Representaron idéntico papel que antaño ejecutaron sus odiosos enemigos liberales. Pero haber sido víctimas no les exime de sus responsabilidades en la preparación y advenimiento del gran terror franquista. Dicen que “reconocen que asumen y condenan con todas nuestras fuerzas cuantos errores y tropelías nos puedan corresponder”. Fascinante. Solo cometieron “errores y tropelías”. En cambio, aseguran que “fueron notorios los consabidos crímenes de la II República”. Ya.
El carlismo ha tenido más de cuarenta años para condenar este episodio. Pudo enarbolarlo como signo de compromiso con la sociedad y desligarse totalmente del franquismo, contra el que una minoría carlista se enfrentó desde que La Culona los marginó de la mesa del rico epulón. ¿Cuándo los carlistas han mostrado una iniciativa en pro de las reivindicaciones de la Memoria Histórica, en reparación de las víctimas?
Utilizar las suyas como réplica argumentativa es obsceno. Y es falacia. Resulta ridículo en este contexto evocar a Espartero, al ejército liberal que los persiguió, al asesinato de la madre del general Cabrera, a los deportados a Filipinas… En definitiva, ellos, también, fueron víctimas y nunca se quejaron. Y así parecen concluir: “Nosotros los carlistas hemos sufrimos como nadie. Así que lo comido por lo servido. Las guerras son así. Unas veces te toca de verdugo y otras de víctimas”. ¡Así son las guerras, majos!
Hay que estar muy ciegos para caer en la grosería de comparar de forma equidistante ambos contextos históricos, el de la masacre de los republicanos y socialistas en la retaguardia en 1936 y los avatares de los carlistas en el siglo XIX. No existe tal equidistancia. Hacerla es un agravio.
A quienes recuerdan su papel criminal en la preparación del golpe y en la participación de los asesinatos y limpieza política perpetrada a partir del 36, les achacan que eso se debe a que odian el carlismo. Una torpe excusa para quedarse con el mensajero y obviar el mensaje. Por esa regla de tres, nada de lo que dijo H. Arendt contra el nazismo será válido si se demostrara que su autora odió el nazismo. Repárese en que a esta falacia metodológica puede dársele la vuelta y asegurar que quienes defienden el carlismo lo hacen porque lo aman apasionadamente, y ya se sabe que de un amor ciego solo es posible el crimen pasional y decir gilipolleces continuas. Así que dejémonos de imbecilidades metodológicas y centrémonos en el mensaje, al margen de si quienes escriben aman u odian.
Presentar el carlismo como si fuera patrimonio de la humanidad es un atentado contra la sensatez. El carlismo fue una ideología española-monárquica nefasta para la salud pública durante todo el siglo XIX. ¿Que desarrolló la conciencia nacional vasca como algunos pretenden? Seguro. Así le fue a dicho nacionalismo. Lo que está claro es que en Navarra afianzó más si cabe un españolismo-foralismo decadente y oligárguico.
Querer hacer un museo con las chatarras y los vestigios de una ideología infausta para la sociedad de su tiempo solo cabe en quienes no han centrifugado críticamente dicho legado. No deseamos museos del carlismo, ni del franquismo. Son parte detrítica y criminal de la Historia. Y, si para colmo se pretende con ellos su exaltación -que seguro que sí-, menos aún.
Si los carlistas de hoy quieren un museo para honrar a sus antepasados de ayer, páguenlo de su bolsillo. No sería justo que recibiera un euro del Gobierno de Navarra. Si se lo autofinancian, todo serán comodidades. No tendrán que dar explicaciones a nadie. Pueden llenar sus paredes con grafitis, con fotos y fragmentos de Unamuno, de Valle Inclán, de J. Pla y de la Pardo de Bazán. Y, por supuesto, exponer el famoso “artículo fantasma” de Marx, si es que lo encuentran.
Claro que recurrir al autor de El Capital no sería muy serio. Más bien trágico y cínico. Recuerden. En 1936, los carlistas calificaban a los republicanos como “horda y pesadilla marxista”. Los carlistas de la Junta Superior de Educación motejaban a los maestros, depurados o asesinados, como “ponzoña marxista”. No parece, pues, muy decoroso concitar al señor Marx en este velatorio retrospectivo. Podría levantarse de su tumba y correr a boinazos a quienes utilizaron su nombre como sinónimo de maldad intrínseca y perversa.
Firman este artículo: Víctor Moreno, Fernando Mikelarena, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Clemente Bernard y Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort
Artículo publicado en Diario de Noticias de Navarra el 22/03/2017